Por Luis Trelles
En Moscú un alto funcionario del gobierno ruso se ve perseguido y acosado para evitar que saque del país en una operación orquestada por la CIA un valioso documento revelador de un importante secreto. Del otro lado del mundo, en los Estados Unidos, un ex-policía, padre preocupado por su hijos, se dispone a viajar a la capital rusa en busca de su vástago. Este se halla envuelto en la operación antes mencionada.
De ese modo comienza la última película protagonizada por Bruce Willis, quien próximo a cumplir sesenta años de edad y con 25 de presencia en Hollywood tiene que aceptar el paso inexorable del tiempo y compartir no sólo honores estelares con Jai Courtney sino asumir ese rol de padre preocupado (la cinta pertenece a esa serie de películas que desde el año 1988 lleva a Bruce Willis como figura central e incluyen la expresión “Die Hard” en el título).
La reunión no es sólo una en la que abundan las persecuciones incesantes, las fugas atropelladas por avión y por auto como también las escenas del reencuentro entre padre e hijo que distan mucho en sus comienzos de ser cariñosas y amables.
Ambos, el protagonista y su vástago, se hacen cargo del funcionario ruso perseguido y ven como falla el plan A, concebido para sacarlo de Moscú por lo que el hijo ayudado, y de qué forma, por su padre decide seguir el plan B, que ocupa entonces la atención de los espectadores.
La trama abunda en giros impredecibles y sorpresas inesperadas que conducen a Chernobil, donde ocurriera la tragedia atómica de hace varios años y a un último y desesperado esfuerzo de los dos personajes centrales por librarles de sus formidables opositores.
A Good Day to Die Hard tiene bien justificado parte de su nombre porque si bien es cierto que sus imágenes recurren constantemente a los tonos grisáceos y azulados para crear un ambiente opresivo y desesperanzador, las actuaciones y la edición de la cinta se encargan de dotarla de un dinamismo y una mortalidad omnipresentes que asociamos con características de las cintas de Willis pertenecientes a la serie.
Una película, por tanto, en que se nos ofrece más de lo mismo, entendiéndose por eso que la acción es furiosa y sin descanso, la edición cortante y fluída, los tiros de cámara espectaculares, las persecuciones abundantes en exceso y la actuación, como de costumbre, del tipo impasible porque después de todo un protagonista que es capaz de exponerse a los peligros a los que lo somete el guión de la cinta, no necesita ni asustarse, ni conmoverse, ni siquiera reírse, le basta con saber que puede con todo y con todos.