Por Joaquín Octavio para UPRRP
El escritor y columnista Benjamín Torres Gotay, autor de la popular columna dominical “Las cosas por su nombre”, estuvo a cargo de impartir la vigésima octava lección inaugural del año académico organizada por el Bachillerato de Estudios Generales. Esta actividad se celebra anualmente y forma parte de las actividades de bienvenida a los estudiantes de nuevo ingreso al Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR-RP).
En su ponencia, titulada “Educación, cinismo y país”, Torres Gotay advirtió a los estudiantes que si bien la educación es una valiosa herramienta y un privilegio, debe ser asumida con un sentido de compromiso: “Van a salir de aquí con el conocimiento necesario para cambiar el país, para hacerlo lo que sabemos, los que lo amamos, lo que puede llegar a ser. Pero la herramienta más importante no la da esta ni ninguna Universidad: el compromiso con ustedes mismos, con su familia y su país. Sean parte de la solución y no del problema (…) Educación sin compromiso es peor que falta de educación”.
Si bien la lección inaugural forma parte de una tradición académica, la elección de Torres Gotay como ponente invitado rompe con la tradición de asignarle la tarea a algún profesor o profesora de la Universidad. “La Universidad necesita escuchar más a la sociedad a la que nos debemos. La sociedad necesita escuchar más a la Universidad, especialmente en momentos de crisis como el que estamos viviendo. Qué mejor que entablar ese diálogo con uno de los observadores y comentadores más agudos de nuestro pueblo”, declaró el Dr. Carlos Rodríguez Fraticelli, decano de la Facultad de Estudios Generales.
Por su parte, el rector del Recinto, Dr. Carlos Severino Valdez, destacó la pertinencia del análisis de Torres Gotay., calificándolo como “fundamentado sobre las bases del periodismo honesto, responsable, pluralista e independiente”. En su mensaje de bienvenida, Severino Valdez se dirigió directamente a Torres Gotay, invitándolo a “llenarlos (el estudiantado) de esperanza y a construir el país que todos nos merecemos”.
Para Torres Gotay el ideal de una verdadera educación debe ser fomentar la posibilidad de transformar países. En su reflexión, reconoció a los estudiantes que al graduarse enfrentarán una realidad muy dura, que ofrecerá muchas razones para abandonarse al cinismo. “Les tocó a ustedes llegar cuando no quedan ni los residuos de lo que una vez fue un ágape de música bebida y comida en abundancia. Les tocar recoger la basura, botar a los borrachos, pegar manguera y limpiar y pintar el salón para empezar otra vez. Ya sin la máscara de felicidad que una vez nos puso la potencia colonial para que nos quedáramos tranquilos”.
El ponente aprovechó la ocasión para lanzar duras críticas al gobierno de Puerto Rico, a la situación colonial, a la clase política del país y, en especial, al Departamento de Educación. “La educación es una herramienta poderosa, y como toda herramienta poderosa, puede usarse para el bien o para el mal. También puede usarse como instrumento de opresión, como jaula para mantener encerrada la natural inclinación de las personas y los pueblos a ser libres. Esa función de la educación como instrumento de opresión es la que por décadas ha ejecutado magistralmente nuestro Departamento de Educación, que educa al 70% de nuestros niños y niñas y ha tenido siempre la misión de inculcarle al puertorriqueño el miedo a sí mismo. A ese departamento la política partidista lo dinamitó de tal manera que es prácticamente inservible”.
En la sesión de preguntas, Valerie, estudiante de nuevo ingreso, problematizó el medio desde el cual Torres Gotay suele expresarse: “Me sorprende su integridad, aún trabajando con el enemigo”, refiriéndose al diario El Nuevo Día, al que llamó “el medio más capitalista del país”.
Agradeciendo sus comentarios, Torres Gotay respondió: “Yo nunca me refiero al medio en que trabajo (…) No todo es como lo pintan desde afuera. Lo que he dicho aquí hoy es lo mismo que llevo diciendo por años en mis columnas. Y sigue la columna allí y sigo yo allí”.
Benjamín Torres Gotay, natural de Santa Isabel, estudió periodismo en la Universidad del Sagrado Corazón en San Juan, de donde se graduó en 1993. Desde entonces, ha ejercido el periodismo en varios medios, principalmente en el diario El Nuevo Día, donde trabaja como subdirector y columnista. Se ha desempeñado como reportero, editor de varias secciones, editorialista y columnista. Su trabajo ha sido reconocido en varias ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo que otorga la Asociación de Periodistas de Puerto Rico (ASPPRO) y el Premio a la Excelencia Periodística que otorga el Overseas Press Club. En 2014, fue seleccionado Pointer Fellow in Journalism por la Universidad de Yale para ofrecer la charla: “Encontrando tu voz en el nuevo periodismo; contribuciones a la sociedad a través de columnas de opinión”.
Desde el año 1987, la Facultad de Estudios Generales y su Programa de Bachillerato, celebra la lección inaugural durante el primer semestre de cada año académico. Esta actividad de bienvenida a los estudiantes de nuevo ingreso ya es una tradición en nuestro Recinto de Río Piedras. El año pasado, la lección inaugural estuvo a cargo del escritor y artista plástico Eduardo Lalo, bajo el título “Las dos Universidades”. (Disponible para escuchar aquí: http://umbral.uprrp.edu/content/las-dos-universidades-0 )
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Educación, cinismo y país
Benjamín Torres Gotay
En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1998, el gran escritor portugués José Saramago declaró: “el hombre más sabio que he conocido en mi vida no sabía leer ni escribir”. Se refería a su abuelo, Jerónimo Melrinho, criador de cerdos de día, e inventor de historias fantásticas que contaba a su fascinado nieto en las noches, al amparo de las estrellas de Azinhaga, la provincia portuguesa en la que Saramago se crio y vivió, descalzo, hasta los 14 años.
Contaba esta historia Saramago para ilustrar como se había empezado a formar el genio de obras maestras como ‘Ensayo sobre la ceguera’ y ‘Alzado del suelo’, que tiene la descripción de alguien muriendo más maravillosa que he leído en mi vida. Pero nos sirve también para aproximarnos a uno de las grandes lecciones de nuestro tiempo: el valor de la educación formal como experiencia liberadora, transformadora, constructora de conciencias, de futuros y, de paso, de naciones.
Saramago, quien no tenía educación, formal, gustaba de hacer la distinción entre educación e instrucción. La primera, según él, era la que tenían sus abuelos analfabetas, a quienes atribuía dos de los grandes valores de la vida: la solidaridad y la compasión. La segunda es la que se obtiene en la escuela y la universidad y que puede servir para propósitos tan simples como obtener un título y, por medio de este, un empleo bien remunerado o tan fundamentales como repotenciar al ser humano, hacerlo entenderse a sí mismo y su lugar en la sociedad y ser, así, la zapata desde la que, a través de ciudadanos conscientes, se transforman países en coyunturas delicadas.
Para eso sirve la educación, instrucción como le llamaba Saramago, cuando se le usa bien y a reflexionar sobre esto quiero dedicarme hoy junto a ustedes. Agradezco profundamente al decano de Estudios Generales, doctor Carlos Rodríguez Fraticelli y la directora de bachillerato, la profesora Marisa Franco Steeves, la oportunidad que me dan de pararme aquí, ante ustedes, que apenas dan sus primeros pasos en la experiencia de conocerse a sí mismos a través de la experiencia arrebatadora de la educación universitaria, para que, juntos, pensemos sobre el estado del país en que vivimos y veamos las posibilidades de la educación que ustedes comienzan a recibir ahora para transformarlo.
La invitación me resulta especialmente honrosa porque no soy, contrario creo que todos los que me han precedido en este espacio, un académico. Soy un simple periodista y escritor que al que, por carambolas del destino, el medio para el que trabaja dio una plataforma semanal desde la cual mira, discute y sufre la particular era en que le toco vivir, hace todo lo que está al alcance para usarlo para el bien y dice todo lo que cree que tiene que ser dicho con la mayor claridad que sus modestos medios le permiten. En fin, que agradezco de todo corazón esta oportunidad y, como todas las oportunidades que ha recibido en la vida, haré lo posible por aprovecharla.
El camino que les espera a ustedes que ahora comienzan a formarse no es fácil. Nada que valga la pena lo es. Pero no hay otro. A ustedes les tocará, dentro de menos tiempo del que imaginan ahora, hacerse cargo, desde la empresa privada o del gobierno, desde las ciencias o desde las artes, de un país muy complicado.
Vivimos en una colonia en quiebra, con un estado cuya viabilidad está amenazada por una deuda descomunal y que es acechado por ese despreciable personaje del mundo financiero conocido como “fondos buitres”. Vivimos un agotado modelo de explotación, atenazados por la desesperanza, con decenas de miles de compatriotas huyendo cada año hacia otro país, en una ola de éxodo que ya supera, en números sino todavía en proporción, la gran ola migratoria de los años 50, que tanto marcó la cobriza piel de nuestro país.
Vivimos en un país secuestrado por una clase política mediocre y corrupta, que cerró el paso a puestos electivos y de administración pública a todo el que no dedique su vida al tajureo politiquero y que es a la vez cómplice y rehén de intereses económicos que no creen en la justa repartición de voluntades y responsabilidades, porque saben que aquí, gracias precisamente a sus acciones, hay poco y ese poco lo quieren solo para ellos.
Vivimos bajo el dominio de una potencia colonial que nos usó mientras le fuimos útiles y que ahora que ya no nos necesita parecería que no sabe qué hacer con nosotros. Nos quedamos al margen mientras países iguales o parecidos a nosotros dieron sus batallas, cayeron, se levantaron, volvieron a caer y a levantarse y con el esfuerzo de sus ciudadanos más valerosos caminan hacia el futuro mirando de frente.
Nosotros, en cambio, de un tiempo a esta parte solo miramos hacia atrás, inventando la nostalgia por un falso pasado de prosperidad, sin querer reconocer, por más que la realidad nos abofetee la cara, que ese supuesto pasado próspero no es más que una criatura de la imaginación de un país agobiado que necesita agarrarse de lo que sea para no desvanecerse. Prósperos lo que se dice prósperos en realidad no lo hemos sido nunca, porque el desarrollo económico del que una vez gozamos fue propiciado de manera artificial, porque servía a los intereses del colonizador.
Al mismo tiempo, desde los primeros años de la dominación colonial estadounidense, fue maniatada la capacidad de producción del puertorriqueño, para que creyéramos, como en efecto cree por lo menos el 90% de nuestra población, que sin el lazo con la metrópoli estábamos destinados a la miseria, como por algún tiempo pasó, y sigue pasando en alguna medida, por causas que son también perfectamente comprensibles, explicables y evitables, con nuestros vecinos caribeños.
Les tocó a ustedes llegar cuando no quedan ni los residuos de lo que fue una vez un ágape de música, baile, bebida y comida en abundancia, regalada por otro. Les toca recoger la basura, sacar a los borrachos, pegar manguera, limpiar y pintar el salón y empezar otra vez, ya sin la máscara de felicidad que una vez nos puso la potencia colonial para que nos quedáramos tranquilitos mientras alrededor nuestro el mundo ardía con pueblos que se sublevaban reclamando el derecho a participar de su propio destino.
La tarea no es fácil. Mirada como un todo, puede parecer inconmensurable. Pero ustedes tienen la mejor herramienta para afrontarla: una buena educación.
Estudian en una universidad, que, con todos sus problemas, y aun con lo mucho que todavía pudiera desarrollarse, es, en este momento, la mejor de Puerto Rico. La UPR, abusada por demasiado tiempo y contaminada por el virus político partidista que agobia a todas las demás instituciones públicas en Puerto Rico, enfrenta en este momento, otra vez, como cada cierto tiempo de unos años hacia acá, una amenaza de brutales recortes. Pero aun en medio de todos esos desafíos, y reconociendo que puede ser mucho mejor de lo que ya es, ofrece una educación que sin duda es de calidad.
No es perfecta, por supuesto, porque nada lo es y en Puerto Rico menos que en muchos otros sitios. Pero la educación que van a recibir aquí los va a preparar para entender mejor la realidad que los rodea y contribuir desde el conocimiento, la cultura y la pericia a la construcción de una sociedad más próspera, menos violenta y más democrática.
¿Qué es lo que hace la educación que algunos locos le atribuimos tantas virtudes?
La educación libera. Hace volar almas. Envalentona, porque lo que no conocemos atemoriza y paraliza y mientras más conocemos menos miedo tenemos y más podemos avanzar. La educación ayuda a entender realidades que, vistas superficialmente, sin el conocimiento de sus orígenes que da la buena educación, parecerían incomprensibles, inevitables y naturales. Sin educación, nos resignamos, somos vulnerables, manipulables, como ocurre, de hecho, con tantos sectores de nuestra población.
Con educación, alcanzamos criterio propio y, con este, libertad, esa hermana hermosa de la que con tanta belleza y pasión cantó Mercedes Sosa.
La educación en historia, por ejemplo, ayuda a entender la explotación criminal de la que ha sido objeto nuestro país durante los dos regímenes coloniales que hemos vivido, los orígenes de la debacle que atravesamos ahora y nos muestra, entre muchas cosas, que no somos más ni menos que nadie. La educación en economía nos muestra que la coyuntura desgraciada que atravesamos en este momento no es un castigo divino, sino el resultado de nuestras acciones, y, más importante aún, que tiene remedio.
La educación en sociología nos alumbra los rincones más ocultos de la quiebra social que vivimos y nos enseña cuáles son los puntos que tenemos que tocar para tener un mejor país. La educación en trabajo social nos sensibiliza hacia los sectores más vulnerables de la sociedad y nos da las herramientas para ayudarlos a encontrarse a sí mismos y aportar a la sociedad cada cual según sus posibilidades. La educación en artes nos ayuda a conectarnos con las dimensiones intangibles de la vida y a profundizar en el ser humano y en la sociedad como no se puede en ninguna otra disciplina.
La educación en ciencias nos prepara para descifrar algunos de los misterios más profundos de la vida y, al mismo tiempo, ofrece unas grandes posibilidades de desarrollo económico para nuestro país. La educación en administración de empresas nos prepara para ser parte del engranaje económico necesario para sacar a Puerto Rico del estancamiento en que está.
La educación en comunicaciones, como la que tuve yo, nos prepara para contarle a este país su propia historia y ayudarlo a que se entienda mejor. La educación en leyes puede servirnos para entender un sistema legal diseñado para aplastar al pobre y favorecer al privilegiado, y para que nos unamos a la batalla por cambiarlo.
De todo eso y más es capaz la educación. No soy yo el que va a entrar aquí en cuál debe ser el enfoque o la filosofía de la educación, o si aquí aplicamos uno incorrecto o apropiado. Eso se lo dejo a los expertos. Lo importante es que toda la sociedad comprenda que la educación es un derecho humano, un bien vital, indispensable para el avance de las personas y los países y cesen de estar poniéndosele las trabas que a menudo le imponemos los que, cegados por los árboles, no ven el bosque, y nos unamos buscando el modelo que funcione para nosotros.
También es antiquísimo el debate sobre si la principal responsabilidad sobre la educación la tiene el Estado o la familia. Sobre eso creo lo siguiente: lo ideal es que todos los niños se críen en familias funcionales y amorosas, en las que se entienda el valor de la educación y se le fomente.
Pero la realidad social de Puerto Rico está muy lejos de eso. Miles de nuestros niños viven en familias pobres, atrapadas en la viscosa sustancia de la dependencia, disfuncionales y violentas. Con las familias que viven en ese pantano no se puede contar, porque ellas necesitan tanta atención como los niños que tienen a su cargo. Es por eso que en nuestro caso creo que nos toca primero reconstruir la sociedad desde una educación de calidad y después, dentro de dos o tres generaciones, confiar en la familia como el primer eslabón de una sociedad plenamente democrática y próspera.
La educación es una herramienta poderosa y como toda herramienta poderosa puede usarse para el bien y para el mal. Me referí hace un momento a las posibilidades de la educación como fuerza liberadora de individuos y sociedades. Pero también puede usarse como instrumento de opresión, como jaula para mantener encerrada la natural inclinación de las personas y los pueblos a ser libres.
Esa función de la educación como instrumento de opresión es la que por décadas ha ejecutado magistralmente aquí nuestro Departamento de Educación, que educa al 70% de nuestros niños y niñas y ha tenido por siempre la misión de inculcarle al puertorriqueño el miedo a sí mismo. A ese departamento, la política partidista lo dinamitó de tal manera que es prácticamente inservible y ni aun cuando ocasionalmente ha sido dirigido por personas capaces y bien intencionadas ha podido desenmarañarse de la madeja de intereses políticos y económicos que lo tiene prisionero.
Los estudiantes valiosos que salen de nuestras escuelas públicas, que no son pocos, aunque debieran ser muchos más, y de los que sin duda hay unos cuantos aquí, lo hacen a pesar de, y no gracias a esa desastrosa agencia, cuya mayor virtud es la función de máquina de hacer dinero, para citar a uno de sus tristes ex secretarios, que tiene para los partidos políticos.
Pues como decía, la educación puede ser instrumento de liberación, lo mismo que de opresión. La historia, por ejemplo, puede usarse para entender el presente, pero también para tergiversarlo. La economía puede usarse para apuntalar la justicia económica o para promover doctrinas que perpetúen la desigualdad y la marginación. La sociología puede ayudarnos a entender y resolver nuestros retos sociales, o para enredarnos en utopías irrealizables. El trabajo social nos puede convertir en adalides de indefensos, o nos puede llevar a acomodarnos en la inercia burocrática.
El arte puede ayudarnos a entendernos, pero también a enajenarnos. Las ciencias pueden salvarnos de la muerte, o acelerarla. La administración de empresas nos puede convertir en instrumento de desarrollo económico o en avaros. La educación en comunicaciones puede convertirnos en ojos y oídos de la sociedad, o en instrumentos de la evasión, la superficialidad y la exclusión. La educación en leyes puede servir para luchar por la justicia o para perpetuar las injusticias y enriquecerse a costa de éstas.
Todo eso lo vemos todos los días en nuestro país. Diría, con inmensa tristeza, que vemos en Puerto Rico mucho más de lo segundo que mencioné, que de lo primero. El que no lo sepa, vaya enterándose: en Puerto Rico hay más posibilidades de éxito por la senda torcida que por la recta. Las instituciones públicas sobre todo, pero también las privadas, se han organizado de tal forma que la trampa, la adulación, la superficialidad y el relajo ofrecen una ruta al éxito más segura que la decencia y la seriedad.
La educación abre ojos. Y cuando los de ustedes se abran, van a ver un panorama desolador.
Van a ver que si quieren a aportar desde el sector público lo que los va a llevar a entrar, mantenerse y ascender, no van a ser sus talentos, sino sus conexiones políticas. Si es en el sector privado, es muy probable que tenga primero la oportunidad el que es pariente de fulano, o amigo de mengano, que ustedes.
Van a ver instituciones escleróticas y apáticas, temerosas de entender y emprender los cambios que pueden llevar a un nuevo Puerto Rico. Van a encontrarse con un país, cansado, desesperanzado, apático, agobiado por la inercia y por las dificultades. Son altas, muy altas, las posibilidades de que, al encontrarse con este panorama, se dejen derrotar. Puede que se conviertan, a su vez, en el reflejo del espejo deformado del país al que se enfrentarán: en seres cansados, desesperanzados, apáticos e inertes.
Van a salir de aquí con el conocimiento necesario para cambiar el país, para hacerlo lo que sabemos los que lo amamos que puede llegar a ser. Pero la herramienta más importante no lo da ni esta ni ninguna universidad: el compromiso con ustedes mismos, con su familia y con su país que es indispensable para, una vez salgan a la calle con el privilegio de una preparación académica de calidad como la que van a recibir aquí, sean parte de la solución y no del problema.
Volvamos un momento a Saramago, quien en una conferencia en Alicante, España, en 2006, decía: “la auténtica educación no es la educación de saber datos de cultura general, sino de educación en el sentido de respeto por el otro, de la conciencia de nuestro lugar en la sociedad, de qué es lo que la sociedad tiene derecho de pedirnos, qué es lo que nosotros tenemos la obligación de aportar”.
Eso es, para mí, lo que completa la educación que están recibiendo y lo que hará la diferencia entre ustedes y la mayoría de los que les precedimos: el compromiso con una mejor sociedad y, como consecuencia, un mejor país. Educación sin compromiso, para mí, es peor que ausencia de educación.
¿Cómo hacemos esto? Lo primero que debemos entender es que la educación formal da una base fundamental, una excelente plataforma desde la cual despegar. Pero no es, ni remotamente, todo lo que se necesita. Tienen que educarse también por su cuenta. Leer lo que no le asignan en la universidad. No parar nunca de aprender. No dejar nunca de ser curiosos. No perder nunca la capacidad de asombrarse ni por lo maravilloso, ni por lo horrendo. Que nunca cese la insatisfacción. Que nunca los seduzca la complacencia. Que nunca dejen de sentir hambre. Preguntar todos los días. Y al día siguiente más. Y al tercero más aún.
Cada uno de nosotros, con su ejemplo en el espacio en el que le toque desempeñarse, puede ir haciendo la diferencia poco a poco. Entendiendo bien la realidad del país, sin dejarse cegar por fundamentalismos de ningún color, es el principio para empezar a cambiarla. Actuar con decencia, con principios éticos, poniendo el país primero y nuestros intereses particulares después, es lo que puede distinguirnos de todos los demás. Estemos preparados, pues, para dar ejemplo de desprendimiento y patriotismo.
Los odiantes de Puerto Rico, que normalmente son personas que se odian a sí mismas, nos llaman “la isla del truco”, reflejando, tal vez, los valores a los que ellos mismos se adscriben. Hay, sin duda, mucho cinismo, mucha violencia y mucho truco en nuestra sociedad. Pero también hay gente tratando de hacer la diferencia en nuestras comunidades más hostiles; hay personas cuidando de niños, enfermos y ancianos desamparados; hay otros llevando arte y deporte a los que no tienen acceso por sus circunstancias; hay gente hasta rescatando animales desamparados en las calles; hay gente promoviendo las ciencias y el empresarismo responsable.
Uniéndonos a eso, incluso desde ahora en que están todavía en la universidad, podemos hacer la diferencia. Ustedes tienen algo que no todos tienen: educación, información, recursos para entender nuestras duras realidades y para poner su grano de arena en la reconstrucción. La elección es suya: pueden ser parte de la solución o pueden unirse a la comparsa de cinismo que nos ahoga y permitir que sigamos hasta los muslos en la ciénaga del coloniaje, la dependencia, la pobreza y el fracaso.
Puerto Rico se encuentra en una encrucijada dramática. Las fuerzas del mal que lo destruyeron, que lo llevaron al estado de indefensión en que se encuentra, las fuerzas del coloniaje, la opresión y la exclusión, ejemplificadas, sobre todo, en la patética clase política que nos secuestró el país, pero también en los que, como sanguijuelas, se alimentan de nuestro fracaso desde el sector privado y la sociedad civil, confían en que pueden sortear la tormenta y mantenerse en sus posiciones de privilegio con algún arreglito aquí y otro allá. Les toca a ustedes derrotarlos.
Habrá quien diga que tengo demasiada fe en la educación, que le atribuyo facultades milagrosas. Es verdad. Creo que es milagrosa. He visto en mi vida de todo lo que es capaz una buena educación. He visto personas y sociedades transformarse cuando se esmeran en educarse y entender. Les toca ahora a ustedes usar el privilegio de la educación para, con el conocimiento de lo que fuimos, somos y podemos llegar a ser, siempre guiándonos por los más altos principios éticos, vencer el cinismo y ayudar en la construcción del país que nos merecemos. No sean como nosotros los que les predecimos. Usen bien el privilegio. Salven a Puerto Rico. Ustedes pueden.
Gracias.