Por Luis Trelles
Casey Affleck es el protagonista de A Ghost Story. Interpreta el papel de un personaje cuyo nombre se desconoce pues se identifica tan solo por una letra, C. Hace un tipo de rol con algunas tanfencias con aquel, muy reciente, asumido en la película Manchester by the Sea. Ensimismado, lo conocemos por su relación íntima con M (interpretada por Ronney Mara) y desaparece, al morir inesperadamente. Desaparece su cuerpo pero su espíritu queda vagando por la casa en forma de fantasma, muy parecido a los disfraces de sábanas blancas que suelen verse en Halloween en los Estados Unidos.
Incapacitado de comunicarse con su amada hace ruidos, mucho más poderosos que los ambientales: trinos de pájaros, ruido de una locomotora lejana, etc. que en las primeras secuencias pueblan la banda sonora de la cinta.
Como se trata de un espíritu ve y vemos nosotros los espectadores, la tristeza que embarga a su compañera por la pérdida sufrida: su encuentro con un nuevo compañero y -más tarde- al mudarse M y quedar vacía la casa, la llegada de una familia a la misma. Sus integrantes son hispanos tanto la madre como sus hijos. Esa presencia mueve al fantasma a emitir ruidos muy contundentes como el producido por la rotura de la vajilla de este grupo familiar, como modo de expresar su furia por la marcha de la amada.
Vendrán después situaciones que nos revelan al fantasma en el pasado en medio de una familia pionera que llega al lugar en siglos pretéritos o su presencia en el futuro.
En todo caso este filme, dirigido por David Lowery y presentado en el festival de Sundance, conocido como la vitrina para las producciones independientes hechas al margen de Hollywood, se aparta de las fórmulas conocidas y por ellos no admite término medio en su evaluación: o encanta o recibe un rechazo total por parte del público. El espectador tiene que ser capaz de enfrentarse tanto a un tema original y retador como a una realización que se distingue por la utilización de recursos diferentes a los convencionales.
Así la película posée pocos diálogos, salvo en una secuencia que ocurre avanzada la trama y que se distingue por lo opuesto: la sobreabundancia; muestra una preferencia evidente por la lentitud en el ritmo como medio para comunicaros esa otra realidad, la del fantasma, en que existe el tiempo y la permanencia de la escenas, con ese mismo propósito, como sucede con la escena que nos muestra a M comiendo sola, tras la tragedia, en un llantar que parece interminable.
A Ghost Story necesita un público que sintonice con la misma y este encontrará en la cinta una experiencia no solo retadora sino satisfactoria.