Por Luis Trelles
Florence Foster Jenkins realmente existió y su vida transcurrió entre los años 1868 y 1944, datos que nos ofrece la película del mismo nombre, dirigida por el realizador británico, Stephen Frears y protagonizada por Meryl Streep y Hugh Grant, a su conclusión, pudiendo además verse fotografías de la misma y de su época.
La película, sin embargo, no es ni pretende ser una biografía abarcadora de la vida de Florence Foster Jenkins sino que selecciona la última etapa de esa existencia para construir, partiendo de ese periodo final, esta película.
En ella Meryl Streep ofrece una vez más una actuación extraordinaria, hábilmente secundada por Simon Helberg que asume el papel de Cosme McMoon, un pianista que acompañaba a la protagonista en sus presentaciones. El otro papel de importancia está a cargo Hugh Grant que asume el rol del segundo esposo de Florence. Grant repite gestos y la típica sonrisa que caracterizan todas sus actuaciones. Foster Jenkins a más de ser una rica heredera, vivía dedicada a la música y aspiraba a ser una cantante de ópera de primera fila. La secundaba en sus deseos su esposo, St Claire (Grant) que a más de quererla, intentaba hacer realidad todos sus deseos.
La asociación de la protagonista con el pianista para un concierto inició esa relación que culminaría con la presentación de Florence en el Carnegie Hall de Nueva York.
Demás está decir que las presentaciones eran arregladas convenientemente por su marido, de modo que el público que se exponía sus recitales pasase por alto las excesivas estridencias de su desafinada voz que la hacían una de las peores, sino la peor de las cantantes.
El filme es agradable, entretenido y sentimental y ofrece una excelente interpretación de Meryl Streep en un rol que, a nuestro juicio, la coloca entre las posibles candidatas a ser nominadas este año para el premio de mejor actriz protagónica.
El director Frears le imprime un valor humano al personaje de Florence que, pese a sus debilidades, acaba por ganarse la simpatía del público. Frears está también consciente del calibre interpretativo de Meryl Streep y utiliza con mucha frecuencia los grandes planos, cercanos al rostro de la actriz, de modo de dejar que nos ofrezca esa rica variedad expresiva que la distingue y que mueven en ocasiones a la sonrisa y en otros pasajes al sentimiento.
La otra caracterización que destacar es la de Simon Helberg que con su expresividad facial compite con la Streep por los laureles interpretativos.