Por Luis Trelles
No es por casualidad que la protagonista de la cinta de estreno, Paris-Manhattan, se llama Alicia, pues recuerda de cierta manera a la pequeña Alicia de Alicia en el país de las maravillas.
Como esa Alicia, la figura femenina central de Paris-Manhattan se mueve entre la realidad, representada por una familia compuesta de ambos padres y una hermana “felizmente” casada y madre, a su vez, de una hija adolescente. Dueña de la farmacia que su padre le ha traspasado, vive con comodidad, sigue soltera y al comenzar el filme conoce tanto a un abogado, amigo de su cuñado, con el que entabla relaciones íntimas y a otro hombre, muy diferente del primero, operario de alarmas a domicilios y establecimientos comerciales.
Hay algo, sin embargo, que la lleva como a la otra Alicia, al “país de las maravillas”. Es el cine y en particular un cineasta norteamericano, renovador de la comedia desde los años setenta, llamado Woody Allen.
Ha visto todas sus películas que atesora en el formato de DVD, un gran retrato de Allen está situado prominentemente en su dormitorio y “dialoga” con él, recibiendo sus consejos y avisos. Y por supuesto, no se pierde las retrospectivas de sus obras que a menudo se organizan en París.
Todo eso alterna con su realidad familiar y ambiental. Al sospechar como sus padres que el marido de su hermana tiene una amante, se dedica a tratar de comprobarlo. Sufre un robo en su farmacia y, sobre todo, alterna con Pierre hasta que lo que se prevée, se convierte en realidad.
Paris-Manhattan es tanto un “homenaje” al cine o mejor dicho, a un cineasta en particular, Woody Allen, como una comedia romántica y sentimental que utiliza un tipo de humor muy especial, que en ocasiones se materializa en situaciones absurdas.
La comedia, como bien se sabe, es un género difícil y París-Manhattan resulta también una obra fílmica difícil. Tiene tantos momentos de aliento romántico y pasajes que mueven a la sonrisa como otros, discursivos, en que los diálogos más que hacernos reir inciden en lo banal y repetitivo.
La cinta cuenta en la persona de Alice Taglioni, con una intérprete muy adecuada, capaz de asumir los diferentes retos que un guión desigual le presenta. Junto a ella, Patrick Bruel como Pierre, cumple con las expectativas de su rol y compone su personaje con las convenientes notas de brusquedad y realismo existencial.
La película ha sido dirigida por Sophie Lellouche y es una de las pocas cintas procedentes de la cinematografía francesa que se estrena entre nosotros.