Por Luis Trelles
La lucha por obtener el sufragio para las mujeres en la Gran Bretaña se convierte en el gran tema de Sufragette, cinta de estreno en la que la presencia de Meryl Streep como Emmeline Pankhurst, la máxima cinta dirigente del movimiento sufragista en la nación, es mínima (tan sólo dos o tres breves apariciones y una sola de verdadera importancia).
La verdadera protagonista del filme es Carey Mulligan que interpreta el papel de Maud, una joven de la clase trabajadora que consume sus días en una lavandería, en un trabajo agotador y mal remunerado, y a la vez se ocupa de su pequeño hijo y de su esposo, también empleado en el mismo lugar que Maud.
El proceso mediante el cual Maud toma plena conciencia del movimiento sugragista como su progresivo envolvimiento en el mismo constituyete el núcleo central de Suffragette.
Esta película, dirigida por Sarah Gavron y protagonizada por Carey Mulligan, es un fuerte drama en el que se muestran vívidamente tanto los abusos perpetrados contra las sufragistas en el Londres de 1912 como el precio que tiene que pagar Maud a causa de su activismo militante en el movimiento. Ese activismo le cuesta la oposición de su marido; el desprecio de sus vecinos y -lo más duro de todo- la separación definitiva de su pequeño hijo, dado en adopción por su padre biológico haciendo uso de su único y pleno derecho para disponer de la criatura. La escena más conmovedora de la película es aquella en que Maud se despide de su hijo que le va a ser arrebatado de tan terrible manera.
Suffragette, por tanto, combina lo íntimo y personal -la historia de Maud- con lo más amplio y colectivo, las luchas libradas por las sufragistas en pro de sus legítimos reclamos bajo la dirección de Emmeline Pankhurst.
Suffragette resulta una combinación de lo dramático con escenas de impacto -aquellas que nos revelan a lo vivo los ataques contra estas mujeres y sus encarcelamientos- con otras de menos fuerza.
En el terreno de las actuaciones hay que destacar a más de la rendida por Carey Mulligan en el papel principal, las ofrecidas por Helena Bonham-Carter personificando a Edith, la decidida directora del grupo a nivel local y Brandon Gleeson, intérprete irlandés, de ruda apariencia pero de gran fuerza dramática que encarna al represente del gobierno encargado de vigilar, perseguir y encarcelar a las sufragistas.
Otros logros que apuntarle a la película vienen dados por la ambientación de época (años diez y veinte del pasado siglo) y el vestuario. Este último se debe a Jean Petrie, que se inspiró no en los retratos elegantes del periodo sino en fotografías tomadas instantáneamente de los modestos personajes inmersos en las labores diarias de su existencia. La dirección del filme está a cargo de Sarah Gavron.