La evacuación de Dunquerque, ocurrida a principios de la segunda guerra mundial, fue un episodio extraordinario que le salvó la vida a cientos de miles de tropas anglo-francesas allí situadas. Fue posible gracias al esfuerzo de una flota voluntaria que con valentía contribuyó a hacer posible tal evacuación.
Aun antes de que finalice el verano veremos en nuestras pantallas un filme de aliento épico y cuantioso presupuesto así llamado Dunquerque (Dunkirk). Será posiblemente uno de los grandes estrenos del tiempo estival.
Hoy, sin embargo reseñamos una cinta muy diferente a la antes mencionada, en que se recrea el “”milagro” de Dunquerque desde otra perspectiva diferente.
Se evoca ese suceso en una película planificada por un ministerio británico y su departamento de cine, recreandolo en una cinta de ficción, como medio de levantar la moral y el espíritu de los ingleses que en aquel momento, años cuarenta, sufrían a diario el ataque incesante de los aviones de la Alemania Nazi.
En ese Londres, duramente castigado por el enemigo, Catrin Cole, joven galesa que vivía en la capital británica acompañada de Ellio Cole, haciéndose pasar ambos por esposos, inicia carrera como guionista independiente del departamento fílmico antes aludido. Conoce allí a Sam Claflin, guionista de mayor experiencia, con el que colabora en la redacción del guión que servirá de pauta a la cinta que se prepara.
El resultado es el de un filme que hace buena, una vez más, la etiqueta puesta a los filmes británicos de ser representativos del intimismo inglés.
Ese intimismo, en el caso de Their Finest, consiste en una presentación sin alardes, interpretada por un competente reparto de sólidos intérpretes ingleses. Sobresalen por tener los roles protagónicos Gemma Arterton, que hace de Catrin Cole; Sam Claflin que interpreta a Tom Buckley, ese otro guionista que se enamora de Catrin, siendo correspondido por ésta tras el desengaño recibido por Ellis Cole y Bill Nighty, actor de carácter del cine inglés que aparece personificando a otro actor, Ambrose Hilliard, que ya entrando en años muy a regañadientes accede a trabajar en el filme en desarrollo, pese a considerar secundario su papel en el mismo.
Una sorpresa en el reparto es la brevísima aparición que hace Jeremy Irons, interpretando el papel del Ministro que hace posible el proyecto fílmico. Irons, ganador del “Oscar” a la mejor interpretación masculina en el año 1990, hace lo mejor que puede en un papel de tan corta duración.
Estamos ante una cinta sin mayores pretensiones que interesa por esa sobria manera de desarrollar una historia de doble perspectiva: la real y la ficticia, esta última en función de mantener la moral de un pueblo acosado por un conflicto bélico en el que parecía llevar todas las de perder.