Por Luis Trelles
Una sucesión de crisis en la vida de Marina, la protagonista de Una mujer fantástica, forma el núcleo de esta cinta chilena que ha sido dirigida por Sebastián Leilo, cuyo filme anterior, Gloria, recibió una entusiasta acogida.
Marina, interpretada por Daniela Vega, es la novedad de esta cinta al tratarse tanto de una figura no profesional como de un transexual y son precisamente sus amores con Oscar, un hombre que le aventaja en edad, lo que provocan las crisis antes aludidas. Al comienzo del filme, Oscar le anuncia a Marina que se irán de viaje al Brasil para visitar las cataratas de Iguazú. Ese proyecto no llega a realizarse al producirse la inesperada muerte de Oscar por unas escaleras, víctima de un ataque cardíaco, y al caer se golpea la cara y otras partes del cuerpo.
Se suceden entonces las crisis en la existencia de la protagonista. Vienen representadas por la oposición, tímida al principio, de los familiares de Oscar. Son su hermano, con el que se comunica primero Marina al llevarlo al hospital. Ya allí ocurren otros encuentros, con la ex-esposa de Oscar y su hijo. Sospecha además el cuerpo médico que se hace cargo del caso de que la muerte no haya sido fortuita, sospecha que se acrecienta al conocerse la identidad de Marina.
Culminan estas situaciones con la presencia de Marina en la iglesia donde se vela al difunto y al producirse nuevos choques, muchos más virulentos que los iniciales y efectuarse la agresión a Marina, en plena calle, por parte del hijo de Oscar y sus acompañantes.
La película ha sido la triunfadora este año en la categoría de mejor película en lengua extranjera y seleccionada para recibir ese “oscar” por un Comité Especial de la Academia, que escoge del gran conjunto de filmes nominados por los diferentes países del mundo, a los nueve semi-finalistas. Más tarde ese Comité reduce a cinco las candidatas que optarán por la presea: estas cinco finalistas procedían de Suecia, Hungría, Rusia, Líbano y Chile, nación que resultó ganadora por primera vez en esta categoría.
Formalmente la película no satisface por ser demasiado larga, con un final que se demora demasiado y porque la actuación de Daniel Vega descansa en un hieratismo que parece más bien impasividad ante las contrariedades que se le presentan. Recurre también el filme a menudo a unas largas caminatas de la protagonista que vaga sin rumbo fijo por la ciudad de Santiago y que recuerdan esa mismas característica, tan presente en el cine de Michelangelo Antonini de los años iniciales de la década de los sesenta y en particular en su triología
sobre el aburrimiento existencial, compuesta por La Aventura, La Noche y El Eclipse.