Por Luis Trelles
Ridley Scott, director de Alien, cinta extraordinaria del año 1979 que dio lugar a varias secuelas, regresa con Prometheus, el filme que reseñamos, al género de la ciencia ficción tan exitosamente cultivado por él en la película primeramente mencionada. Esa predecesora estrenada hace más de 30 años le sirve de antecedente a la que se ha dado en llamar una “precuela” de Alien.
Lo primero que hay que destacar en la nueva cinta es su gran belleza visual que se manifiesta una y otra vez al comienzo del filme; la majestuosidad de sus encuadres y el acierto de los escenarios seleccionados, parajes de nuestro planeta que cuadran muy bien con lo que se supone sea la superficie de otros lugares distantes de nuestra galaxia: rocosos, escarpados, casi desérticos, esos paisajes concluyen con una imponente catarata que da luego paso al título de la cinta.
Ese comienzo tan logrado va seguido por cerca de una hora de metraje integrado por visuales igualmente espléndidos, de escasos diálogos. Se introducen así los personajes centrales de la cinta: una pareja de científicos, un robot, la enigmática oficial a cargo de la expedición, dos científicos adicionales y el capitán de la nave. Viajan hacia lo desconocido y misterioso y encontrarán durante la travesía más de una sorpresa, no necesariamente agradable ni placentera.
Cambia así el talante del filme que de pausado y misterioso pasa a terrorífico de tipo fantástico -al modo de Alien– y de nuevo será una mujer: Sigourney Weaver en Alien, Noomi Rapace en Prometheus, la que se convertirá en la gran figura de la cinta. La secuencia que presenta su embarazo -consistente en la introducción en su vientre de una criatura no humana- y la terminación del mismo por una auto-intervención quirúrgica se vuelve escalofriante, así como varios ataques orquestrados por Ridley para su nueva cinta.
Filme espectacular, con implicaciones transcendentales y ambientes visualizados espléndidamente por Ridley Scott que se hacen notar en grado sumo, convierten a Prometheus en una película en que la forma se impone a sus comienzos y la historia presentada se hace descansar después en lo sumamente terrorífico.