por Myrtha Olivares Bonilla
Cincuenta, no es un número fácil. Cincuenta supone la mitad de algo, que se ha trazado un camino. El transcurso de un tiempo que se te vuelve amigo, o como en el caso de Joan Manuel Serrat que va formando una antología desordenada. Una que ha llevado a dar vueltas por el mundo y ahora presenta nuevamente al público en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico.
“Creo que las canciones de Serrat se te meten en el cuerpo por su sensibilidad poética, por su sensualidad y lirismo. Serrat es poeta; por eso los busca, como buscó aquí a Juan Antonio Corretjer; para conjugar música y poesía como los antiguos juglares y trovadores que andaban por los caminos”, rememora Carmen Vázquez Arce días antes del concierto como si todavía estuviera sentada en las butacas del Teatro de la Universidad, aquella primera vez en noviembre de 1969.
Afuera el público que comienza a entrar. Una seguidora dice en voz alta en la fila como si la escuchara “Serrat, te amo” y da unos pequeños aplausos con las manos.
Luego de la segunda llamada, el coordinador general de Radio Universidad de Puerto Rico, Jimmy Torres, también profesor de la Escuela de Comunicación, se dirige al público agradeciendo a los presentes. En especial, menciona que “sin los estudiantes no hay universidad”.
Haciendo cita de una de las canciones de Serrat, “he andado muchos caminos, he abierto muchas veredas, he navegado en cien mares y atracado en cien riberas”, Torres expresa el deseo de comenzar a andar por nuevos caminos con el fin de estabilizar la señal de la emisora, en especial del área de Mayagüez, y a su vez ampliarla “para que no quede ningún rincón de nuestra Isla sin recibir la programación”.
“Probablemente unos y otros nos encontraremos por los pasillos de este majestuoso teatro con Penélope,
con su bolso de piel marrón
y sus zapatos de tacón
y su vestido de domingo.
Es hora de que suba el telón” y con estas palabras da inicio al encuentro. Hay unas luces azules sobre el escenario vacío y los instrumentos. La gente se sigue acomodando, saludando las caras que percibe entre la multitud de personas en las butacas.
Los músicos entran. Suenan redobles. En lo alto se enciende un diseño de luces color neón que iluminan la firma de Serrat, y de esquina a esquina el telón de fondo se alumbra de color rojo intenso acaparándolo como un pequeño fuego. En el piano de cola y también director musical Ricardo Miralles, en la guitarras David Palau, en el bajo eléctrico y contrabajo Rai Ferrer, Vicente Climent en las percusiones, y Josep Mas “Kitflus”, quién brotó chispas del teclado.
“Esta noche me parece un lugar estupendo para venir a celebrarlo con ustedes. Cuando ocurren estas cosas, de dedicarse a lo que a uno le gusta y hacerlo durante tantos años, nunca es cosa de uno, sino es cosa de mucha gente”.
Tan solo unos pocos pasos y el público lo recibe de pie en aplausos, pero no hay espera. Inmediatamente comienza a dar las primeras melodías el hombre de voz un tanto honda, pero manteniendo la elegancia y una sonrisa pícara al son de El Carrusel del Furo.
Esta vez se dirige al público jocosamente rememorando diversos acontecimientos importantes, sobre todo uno que lo toca personal, hace cincuenta años haber debutado en los escenarios. “Esta noche me parece un lugar estupendo para venir a celebrarlo con ustedes. Cuando ocurren estas cosas, de dedicarse a lo que a uno le gusta y hacerlo durante tantos años, nunca es cosa de uno, sino es cosa de mucha gente”. Apalabra además la satisfacción de estar en la Isla por tercera vez, ese lugar que lo “devuelven a tiempos y a gentes que el calendario me había arrebatado”.
Suena De vez en cuando la vida, la garganta que palpita, y sin mucho notarse en silencio hace un pequeño gesto quejumbroso metiéndose el pecho hacia adentro. Al sonido del maestro tecladista un sonido juguetón y luego De cartón piedra, sobre la historia de locura y soledad de un indigente.
Toma un paño. Vuelve a dirigirse al público buscando las palabras con sus ojos cansados. Recuerda el concierto del setenta, aquel de 1972 rodeado de luchas. Alguna gente en la planta alta asentía con la cabeza y aplaudían con orgullo de ser “de esos sobrevivientes”.
Durante el espectáculo el telón se vestía de colores. Sobre el piso del escenario se intercambiaban patrones en un espectáculo visual fotográfico, bajo el diseño de Oscar Gallardo. Y Serrat, ahí, en el medio, con la luz redonda de un perseguidor que le creaba su sombra. Entonces, un homenaje a Mi niñez.
Continúa su repertorio con Hoy por ti mañana por mí, y luego toma su guitarra para seguir las notas de Tu nombre me sabe a yerba. Aprovecha tomar agua para su garganta reseca pero sin quebrar ni una nota. Hace una pequeña pausa para hablar sobre la ola migratoria, en especial a la situación actual en torno a los refugiados sirios en Europa, y a la que se enfrentan miles de niños diariamente en el mundo.
A momentos solo parece sentir la voz de color carmín transportarnos a otro lugar, quién sabe a cuál, y junto a los sonidos del teclado y los instrumentos suspendernos en el espacio. Luego suena la canción Algo personal que se ve obligado a interrumpir, luego de toser varias veces, a lo que el público lo reanima a continuar, y la que repite; esta vez, con más fuerza.
Sigue con Cançó de Bressol, Para la libertad, No hago otra cosa que pensar en ti. Se sienta en una pequeña mesa para conversar con el público de forma jocosa y amena sobre Ara que tinc vint anys, canción que rememora cuando cumplió sus 20 años, 5 años antes de pisar por primera vez el Teatro de la Universidad de Puerto Rico en los sesenta, cuando su cara y su voz eran de otra seda.
En esa primera ocasión, Jorge H. Medina nos memora, se habría encontrado con otros dos catalanes que estaban en la Isla: el músico Pablo Casals, y el actor Ricardo Palmerola. “Un joven Serrat llevaba unos meses de gira, había actuado en el show televisivo de Palmerola en Puerto Rico, juntos habían cenado en el restaurante Mediterráneo, y la nostalgia de la tierra catalana los había unido de manera especial”.
En una entrevista de prensa en el año 2000 Serrat mencionaría al respecto: “Para mí Puerto Rico es un lugar entrañable. Fue allí donde adopté una postura ante la realidad latinoamericana. En este sentido, debo mencionar a otro catalán, el actor Ricard Palmerola. Él y su esposa me abrieron su casa, cuando en 1969 llegué a Puerto Rico, y fueron ellos, quienes me llevaron ante el maestro Pau Casals”.
Mas de aquel tiempo a ahora ha continuado, y el andar es largo, como aquella persona que sabe que en la vida todo es ir. Aunque no lo tenía previsto, decidió poner este poema hecho canción en el repertorio ,mientras caminaba entre los pasillos y recordaba aquellos tiempos de calendarios desgastados, esos en los que a su vez conoció y disfrutó de la amistad del poeta y escritor de Ciales, Juan Antonio Corretjer. Las personas se levantaron aplaudiendo y acompañándolo en los versos que se conocían, siendo este uno de los momentos de mayor conmoción.
“Para mí Puerto Rico es un lugar entrañable. Fue allí donde adopté una postura ante la realidad latinoamericana”.
En la planta alta, un muchacho chasqueaba los dedos y cantaba los estribillos que conocía de las canciones, y una señora golpeaba con la mano el asiento mientras se movía de un lado para otro al ritmo. A la vez, una mujer se revoloteaba en su asiento siguiendo la canción, inclinándose un poco hacia enfrente, quizás tratando de sentirlo más íntimo de lo que ya estaba el ambiente.
Aunque no estuvo presente una de las canciones tan esperadas, Penélope, el cantante catalán supo compensar al público con Mediterráneo, seguido de Hoy puede ser un gran día. Canción que se vio cortada una vez más por su garganta cansada, a lo que bromeó que puede no hubiese sido el día, pero sí lo fue para los asistentes. Cuando se iba a despedir, el público lo aclamó en dos ocasiones, a lo que recordó que las cosas deben también tener un final. Entonces entonó el himno Cantares dejando rastros de estelas por cada rincón del teatro.
Al final, nos quedamos con el tiempo hecho de rosas de Aquellas pequeñas cosas y con una Fiesta. Así, de golpe a golpe, como manojillos de escarcha.